“…Hay ciertos nombres en el planeta que inevitablemente conducen a las personas al mundo de los sueños…”(Federico Mayor-Director General de UNESCO 1987-1999)
Samarcanda no es un lugar…
Durante muchos años, si preguntaban a qué lugar en el mundo quisiera ir, la respuesta inequívoca era Samarcanda… -¿Por qué? – era el infaltable interrogante que sobrevenía. -No sé – respondía con un encogimiento de hombros. – Solo siento que algún día debo ir a Samarcanda. Lecturas sobre esas tierras, aventuras y descripciones de viajeros como Marco Polo -que leía con fervor sobre el camino de la seda- los mongoles, los hunos, los romanos, y los persas… Razas, costumbres, desiertos, montañas… Subyugado alimentaba la imaginación. Y el tiempo llegó. Samarcanda estaba al fin en la bitácora de viaje. El prolongado viaje siguiendo parte del Camino de la Seda generará crónicas y descripciones. Esta primera entrega es únicamente una impresión personal sobre un nombre que gatilló el deseo de conocer esa cautivante región del Asia Central.
Colores y olores, junto con joyas arquitectónicas se entremezclan…
Samarcanda se remonta al Siglo I AC. Es considerada la ciudad más antigua del Asia Central, tiene 2.700 años y fue declarada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2001. Está ubicada en Uzbekistán, joven país de apenas 26 años.
Dada su ubicación, Samarcanda prosperó debido a estar localizada en la Ruta de la Seda entre China y Europa. Llegó a ser una de las ciudades más grandes de Asia Central. Creció, gozó del apogeo, fue dominada por árabes, turcos y persas; fue saqueada y arrasada por las hordas mongoles de Gengis Khan en el año 1222. En esa época un millón y medio de habitantes la poblaban –curiosamente una cifra similar a la de hoy-, parte de ellos sobrevivió. En el 1365 comenzó una revuelta contra las tribus mongoles. Pocos años después resurgió bajo la férrea mano de Tamerlán. Entre los siglos XIV y XV. En 1370, Tamerlan (el Cojo) decidió hacer de Samarcanda la capital de su imperio que se extendía desde India hasta Turquía. Durante 35 años construyó una nueva ciudad, poblándola con artesanos de todas las regiones que había capturado para construir los monumentos arquitectónicos que hoy -reconstruídos- la engalanan. Tamerlan se ganó fama de sabio y generoso –además de despiadado con sus enemigos- y Samarcanda brilló.
Tamerlan, guerrero, monarca y mecenas de Samarcanda…
La historia continuó del apogeo otra vez a la decadencia, dejó de ser la capital del imperio, sucesivas invasiones la dominaron. En 1925 la región pasa a ser parte del dominio ruso volviendo Samarcanda a ser la Capital de Uzbekistán, provincia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas… Hasta que fue sustituida por la actual Tashkent…
A grandes rasgos la historia de esta ciudad habla de apogeo, destrucción y resurgimiento… Aunque difícilmente prepara para las sensaciones que su enigmático atractivo despierta en el viajero.
Invasiones que la destruyeron hasta los cimientos, terremotos, y el renacer…
Los rigores climáticos se hacen sentir en Asia Central. Inviernos duros y fríos con tórridos veranos que calcinan la desértica tierra. Deambular recorrer las calles de Samarcanda – sea en las zonas más modernas y con impronta de la arquitectura rusa, o entre los palacios, madrasas y templos reconstruidos- expone a temperaturas que rayan los 40º centígrados. Las sombras de árboles o edificios son un ansiado remanso. La imaginación intenta “imaginar” los tiempos antiguos, cuando las temperaturas y el paso de las horas tenían otra dimensión. Cuando transitar por la Ruta de la Seda insumía años, además de peligros. Cuando por ejemplo un tramo de unos 450 kilómetros entre Xhiva y Bukhara –cruzando el inclemente Desierto Rojo (Kizil-Kum)- conlleva hoy unas 5 horas de viaje en un vehículo con aire acondicionado que apenas puede disimular los infernales 45º o 50º grados centígrados del exterior; y en el pasado las caravanas insumían 18 días para hacer esa distancia…
Ejemplos como este son permanentemente evocados, comparados y mensurados en la imaginación. La epopeya de aquellos tiempos adquiere entonces ribetes épicos.
Los palacios reconstruidos brillan con sus cúpulas azules contra el diáfano cielo, entre sus paredes los comerciantes ofrecen –como antaño- sus mercancías. Mercados plenos de olores, sonidos, colores, vestimentas, una cacofonía de voces, mezclan el pasado con el presente. Nuevamente las descripciones históricas documentan y los sentidos le dan otra dimensión. La sensación es casi virtual entre el pasado y el presente. Samarcanda de pronto otorga la convicción de su presencia, su sentido…
Registan, donde reposa el mausoleo de Tamerlan…
“… Hay un nombre sobre todos ellos que convoca la imaginación, es Samarcanda. Parece que ese nombre emerge de un torbellino de claros y diversos colores, de esencias de perfumes, fabulosos palacios, cencerros de caravanas, melodías y entremezclados, inentendibles sentimientos…” Describe con precisión Federico Mayor, director General de la Unesco entre 1987 y 1999.
La impronta que dio origen a la Ruta de la Seda persiste…
Platos típicos (Pilaf o Plov) y especies…
Lo cotidiano a través de los tiempos…
Su gente…
Samarcanda como enclave principal en el Camino de la Seda conjuga misterios, aventuras, lenguas, intrigas, miserias y grandezas de culturas diferentes… uzbekos, kirguises, tayikos, uigures, han, hui, tibetanos, con raíces persas, mongoles, chinas, romanas, egipcias, rusas… Occidente y Oriente, comercio, política, poder, imperios… Todo resumido a lo largo de siglos que aún hoy posee fuerza y significación. Nombres que subyugan y acicatean la imaginación… Samarkanda, Bukhara, Khiva, Kashgar, Xian, Taskhent, Pekín, Torugart, Dunhuang, Hexi, Xiahe, Xian, Pingyao…
Mientras esos nombres y tantos otros continúen convocando, “otros Samarcanda” llamarán desde Más allá del Horizonte.
Es por eso que Samarcanda NO es solo un lugar… Es –con enorme alivio personal- una continuación…