Sueño de islas… (fotos)

Una Isla…

Desde la Cuna del mar… Millones de años de paciente construcción.

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Una base sólida de seres vivos para para dar base a nuevas vidas…

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Llegan los primeros colonos…

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Se arraiga la vida…

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Nuevos protagonistas se suman y prosperan…

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Dos mundos se consolidan…

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Desde el cielo nacen nuevas esperanzas…

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La Naturaleza concreto su sueño de porfía durante millones de años… Nosotros nos sumamos recientemente. 

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¿Seremos responsables por tanta belleza?

Relatos del Cajón…(Fragmentos)

Vuelo libre

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“… Miraba como el atardecer daba lentamente paso a  la noche. El rubor liliáceo iba cediendo terreno a un  cada vez más intenso índigo. El azul invadía el cielo.

Recortada contra él, la silueta de un ave marina llamó su atención.

Alas extendidas y quietas, volaba sin esfuerzo, planeaba con maestría en el quieto aire aprovechando las corrientes ascendentes que se elevaban al chocar contra el acantilado. Parecía disfrutar de ese vuelo libre y sin gastar energías.

La siguió con la mirada, con deleite y cierta envidia…

-Así me gusta transcurrir la existencia –pensó-. Sin esfuerzo, en armonía, con satisfacción…

El ave se perdió en la lejanía. Pero su pensamiento no se detuvo.

-Ideal, estado ideal… ¿Será posible eso?- se preguntó.

Meneó la cabeza y con un gesto esperanzado se dijo que sí;

-A veces sí, contados, en ocasiones efímeros instantes, pero si… Algo así como “pequeños estallidos de felicidad”- rememoró una frase escrita muchos años atrás.

-Claro que siempre sobrevienen fuertes vientos- se dijo- tormentas que ponen a prueba la fortaleza…

Como las aves muy a menudo hay que afrontar el vendaval. Instintivamente ellas lo hacen. Salgan o no airosas.

Guarecerse no siempre es una posibilidad y evadirlos tampoco. Pero luego, el placer de disfrutar esos posibles instantes de armonía y paz gratifican.

La noche ya oscura le devolvía su propia imagen reflejada en el vidrio. Vio su rostro y percibió serenidad. No había sonrisa dibujada en sus labios, pero si un fulgor brilloso en los ojos. Se sintió preparado para capear las tormentas y disfrutar con intensidad la paz de los remansos que seguramente sobrevendrían…”

Relatos del Cajón… (Fragmentos)

Desvanecerse

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“… No desapareció… Solo se escondió.

En ocasiones tras una nube. Otras entre una bandada de aves. Transformándose en sombra en los caminos. Siendo absorbido por los vientos… Las más de las veces dejándose mecer a la deriva por las olas del mar.

Quería estar aquí y allá a la misma vez. Sentir y mirar sin ser visto o mirado. Ser sin estar…

Sentía que necesitaba desvanecerse.

Y así lo hizo.

¿Cuánto? No lo sabía. Quizás bastara un breve tiempo.

¿Por qué? Así se lo urgía toda su humanidad… Recargarse, despojarse, alimentarse nuevamente.”

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Relatos del Cajón… (Año Nuevo)

Días de Ocio en la Patagonia

«…- Lo cotidiano no debe ser aburrido, es un buen deseo para el nuevo año…»

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Escribía a veces –como ahora- sin saber dónde los pensamientos lo llevaban. Anotaba en su libreta con casi ininteligibles caracteres lo que le venía a la mente. De a ratos miraba las evoluciones de los gaviotines con cierta envidia. Volaban escudriñando, con la cabeza recubierta de negro capuchón, intensamente la superficie del agua en erráticas evoluciones. De pronto se detenían como “halconeando” en el aire tras lo cual se lanzaban en vertiginosa picada. Emergían y alzaban vuelo, la más de las veces con un pececito en su pico.

Una sonrisa se dibujó en sus labios; y escribió una pregunta en el anotador:

– No sé desde cuando disfruto viendo a las aves- se contestó a sí mismo.

Perdió la vista en el mar con gesto inquisidor, entrecerró lo ojos y frunció el ceño como si buscara algo en el fondo de su mente…

– Creo que fue aquel verano cuando caminábamos por la costa de la Bahía Inútil en Tierra del Fuego y nos envolvió una nube de alas- quedó rumiando el recuerdo, y de pronto soltó la carcajada:

– ¡No, nooo! fue mucho antes creo- se habló en silencio-.

“…Éramos pibes, estábamos subidos arriba de un eucalipto, muy alto, tirando tiros al aire con el rifle de aire comprimido de “Yuyo”. Apunté y en la mira estaba un benteveo. Disparé y la ramita donde estaba el pájaro se quebró. Se me paralizó el corazón. El ave pareció saltar… Aunque en realidad voló producto de mi mala –o buena- puntería.

Se pasó la mano por el pelo húmedo, producto de la leve bruma marina que traía el viento este, y entrecerrando los ojos murmuró:

– No he tocado un arma desde entonces, y en esas épocas subirme a los árboles para estar cerca de las aves era más que un juego.

Una pareja de ostreros emitía agudos silbos con énfasis marcando el límite de su territorio a una gaviota que se había posado demasiado cerca. La aguda voz se elevaba por sobre el rumor del mar.

Eran sonidos plenos, vivificantes.

Su mente regresó a la primera imagen que se había presentado en su memoria, cuando cientos de aves marinas habían danzado en torno a esos extraños que caminaban por la Bahía Inútil. Años después supo que así se llamaba porque los insistentes y tormentosos vientos del oeste castigaban ese accidente geográfico tornándolo inservible para el refugio y amarre de las naves de vela. Caminaron hasta el anochecer cuando llegaron a la frontera. Durmieron en sus bolsas de dormir guarecidos en las ruinosas casas abandonadas.

– También ese fue un verdadero viaje iniciático- concluyó-.

Anotaba cada tanto algún párrafo en la libreta. Las evocaciones parecían no tener hilván, y las dejaba suceder. Estaba en un estado casi de paz. Los años y las experiencias vividas se arremolinaban y cobraban vuelo como las aves que desfilaban frente a él.

Viajes, lugares, personas, imágenes se agolpaban, aparecían y se esfumaban. Traían recuerdos y hasta sabores. Escribió como ayuda memoria algunas palabras que -se dijo- le servirían luego para plasmarlas en el papel. Eso requeriría tiempo y esfuerzo, y ahora estaba plácidamente holgazaneando. La época del año y el receso momentáneo de la actividad cotidiana eran gratificantes.

Una pareja de hualas se zambulló y casi al unísono reaparecieron los dos como en sincronizado ballet. La sonrisa no abandonaba su rostro. No escribiría las evocativas páginas de “Idle Days in Patagonia” descriptas por el naturalista Guillermo Enrique Hudson, pero disfrutaba el calmo pero permanente cambio que la naturaleza ofrecía a sus sentidos en esa playa patagónica.

– Lo cotidiano no se vuelve metódico y aburrido-reflexionó- cada día es igual pero distinto.

Influenciado quizás por la fecha y el inminente arribo de un nuevo año, se propuso:

– Lo cotidiano no debe ser aburrido, es un buen deseo para el nuevo año; disfrutar los momentos, perseverar en los sueños, descubrir lo nuevo más allá del horizonte, mirar y ver, dejar la rutina…

Un pingüino apareció a pocos metros de donde estaba sentado, nadó hacia la costa y con paso bamboleante salió fuera del agua. Camino hasta ubicarse a un par de metros escasos de donde se hallaba. Estornudó expulsando gotas de sal por las narinas de su pico y se acostó a reposar en la grava húmeda. Lo miró por unos instantes y cerró los ojos para descansar haciendo caso omiso de la presencia humana.

Pensó entonces que mientras esta vital compañía estuviera a su alcance, podría sentirse a salvo de ser agobiado por la rutina y las costumbres…

– Claro que hay algunas que es conveniente mantener, porque si no dejo la llave en el lugar acostumbrado no vuelvo a encontrarla, o ceder mi sillón preferido de la casa y mucho menos dejar que alguien utilice mi taza del café mañanero…- resumió lanzando una fuerte carcajada.

El pingüino lo miró sobresaltado ignorando seguramente que una año acababa y otro estaba por comenzar.

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Relatos del Cajón… (Observadores de la naturaleza)

Mirar y Ver

“…nunca caminé sin mirar. Veo, percibo, capto, nada escapa a mis sentidos…”

Cada segundo puede ser una sorpresa...

Cada segundo puede ser una sorpresa…

Se acomodó en la butaca del avión, apago su celular y se dispuso a disfrutar del vuelo. La nave comenzó su rodaje por la pista secundaria para alcanzar la principal. Amplios espacios verdes separaban una de otra. Miraba por la ventanilla y su rostro se abrió en una franca sonrisa. Una “lechucita” de las vizcacheras asomaba su pequeña figura entre los verdes pastos ajena al ruido de las turbinas. Vio como movía su cabeza a izquierda y derecha, hasta distinguió con claridad el pestañear de sus enormes ojos. Miró hacia la butaca vecina donde el pasajero sentado en la misma fila doble acomodaba sus cosas, estuvo a punto de llamar su atención y compartir su visión pero al verlo ensimismado en su tarea desistió. Como quien con picardía guarda un secreto se volvió hacia la ventanilla disfrutando la imagen que lentamente desaparecía de su vista. El avión llegó a la pista principal y pronto se elevó…

Densas y algodonosas nubes taparon la visión de la tierra. De buen ánimo dejó que su mente flotara entre ellas. Aún conservaba una tenue y relajada sonrisa en su rostro, agradeció el don que durante años había adquirido y cultivado; podía ver aquello que pasaba desapercibido para muchos. La naturaleza se imponía a sus sentidos no obstante estar en medio de una ciudad o inmerso en territorios silvestres.

Las aves, por ejemplo, están por doquier. Se consideraba un diestro observador de aves, aunque a diferencia de otros no privilegiaba el saber inequívocamente su especie, su meta era disfrutarlas. Había quienes histéricamente recorrían el planeta para sumar una especia más en su listado, nada más importaba. Allá ellos –pensó- se pierden la flor, el insecto, el árbol o el paisaje donde se encuentra… Se perdían el conjunto.

Ir al banco o a un edificio público en una ciudad podía ser recompensado por la visión de un halconcito en una cornisa, el ajetreado vuelo de un gorrión persiguiendo insectos o la visión de coloridas flores recién brotadas. Esto se multiplica en espacios naturales.

“…nunca caminé sin mirar. Veo, percibo, capto, nada escapa a mis sentidos…” – recordó haber escrito en algún momento.

-Cierto –se dijo- seguramente la profesión ayudó, el estrecho contacto con la naturaleza también, aunque creo que el simple disfrute de “mirar y ver” genuinamente es lo que potenció esa cualidad de observa e interpretar.

¿Podemos conservar la belleza...?

¿Podemos conservar la belleza…?

Creía genuinamente -aunque un adquirido escepticismo lo contrariaba- que si más gente se tomaran el tiempo de “mirar y ver” las manifestaciones del mundo natural aún en medio de la urbe citadina, mejoraría la relación con la naturaleza, su integridad y por ende una más gratificante vida humana.

Cavilaba rumiando esos pensamientos, cuando su vecino de butaca lo codeó e inclinando su cabeza y arqueando las cejas señaló una doble página de la revista que estaba leyendo mientras le decía:

-¡Haaaaa!¡Esto sí que es aventura!!!

La foto mostraba la imagen de un elefante africano abatido y un cazador posando con orgullosa y resplandeciente sonrisa abrazando su escopeta…

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De Viajes… (Refugios en la naturaleza)

Para espiarte mejor

sla May, Escocia, verla de la costa y visitarla me recordó  la Isla León... Miríadas de aves marinas y focas la pueblan, Está manejada por una ONG.

Isla May, Escocia, verla de la costa y visitarla me recordó la Isla León… Miríadas de aves marinas y focas la pueblan, Está manejada por una ONG.

Viajar aporta en ocasiones experiencias que sirven de modelo para implementar en el sitio que elegimos para vivir.

En este caso recopilé algunas fotos que muestran refugios o hides para “espiar” a la naturaleza sin perturbarla. Simples algunos, más elaborados otros, pero todos apuntan a cumplir el disfrute de la naturaleza y sus criaturas silvestres en armonía.

Aves, mamíferos, todos pueden ser observados desde sofisticados refugios o simples construcciones de madera.

Aves, mamíferos, todos pueden ser observados desde sofisticados refugios o simples construcciones de madera.

En general cada uno de los lugares visitados poseía infraestructura básica proporcionada por el estado y luego cedida para su manejo a organizaciones no gubernamentales o refugios privados para su control, educación y manejo.

Simples empalizadas con el diseño de aves brindan una simple oportunidad de "espiarlas"...

Empalizadas con el diseño de aves brindan una simple oportunidad de «espiarlas»…

Los visitantes pagan un derecho de admisión que sirve para mantener el sitio y las instalaciones. Cuerpos de voluntarios o rentados, profesionales científicos e investigadores, trabajan en conjunto con los responsables públicos de preservar esos privilegiados refugios naturales, que se suman a los Parques y Reservas Nacionales y o provinciales en nuestro caso.

El "Red Hawk", ave rapaz amenazada en el Reino Unido, es alimentada y observada por observadores de aves en una granja privada en Gales, ayudando su recupero...

El «Red Hawk», ave rapaz amenazada en el Reino Unido, es alimentada y disfrutada por observadores de aves en una granja privada en Gales, ayudando con su aporte el recupero de la especie…

Al visitar lugares distantes que tenían semejanza con ambientes y lugares de “mi lugar en el mundo” pensaba por ejemplo en “La laguna del ornitólogo” o la Isla León, y algunas zonas en el valle y la cordillera…

Laguna de desechos cloacales, manejada por una ONG en Ciudad del Cabo, Sudáfrica...

Laguna de desechos cloacales, manejada por una ONG en Ciudad del Cabo, Sudáfrica…

Relatos del Cajón… (Entre Muelles)

Entre Muelles

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Transcurre plácida la vida entre muelles.

A un lado el trajinar de grandes naves cargadas de gigantescos contenedores y portando evocaciones de ultramar con aromas de otros puertos.

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Su tamaño contrasta con los más pequeños, aunque no menos atrevidos, navíos de pesca que vuelven entre mareas luego de su cotidiano desafío al bravío mar austral.

Al otro lado la inquieta travesía de los veleros que navegan con sus velas desplegadas y –en ocasiones los más pequeños – semejan un abigarrado grupo de mariposas libando la sal en algún charco.

Inquietos y movedizos se esconden entre la monumental estructura y sofisticada presencia de lujosos buques de placer, pavoneando su peregrinaje por remotos y exóticos puertos del planeta.

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Entre medio la naturaleza continúa cotidianamente desplegando su vital existencia. Al influjo de la marea las aves alternan la pesca o el picoteo de presas en la restinga. Vuelan en bulliciosas bandadas o planean con magistral destreza siguiendo el contorno costero. Las ballenas, los delfines y lobos marinos, los flamencos y los patos se disputan el protagonismo en cada temporada. Las cambiantes luces del día les proporcionan el escenario…

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Y al frente, al frente el mar, el horizonte, y más allá de él lo nuevo, enormidad de mar sin límites; desafío para eximios navegantes ya que el rumbo puede terminar en las espaldas, donde el sol se oculta sin volver a ver la tierra…

Ese solo pensamiento me dibuja una sonrisa,… Mientras -entre muelles- se disfrutan de antemano esos viajes “más allá del horizonte”…

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Relatos del Cajón… (Mi Piedra)

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     «Me senté en la suave arena y descansé la espalda contra una roca. Estiré el cuerpo y me dispuse a disfrutar de «ese mar», «ese cielo»…

     El sol brillaba frente mío, un poco hacia la izquierda, casi a contraluz. Entrecerré los ojos y comencé a mirar aquel paisaje que conocía de memoria. Al frente la restinga, más allá las pequeñas rompientes, luego la brillante y acerada superficie del mar; hasta que a lo lejos – interponiéndose entre el horizonte y la costa – la pequeña islita que reverberaba desdibujándose por el calor.

     Me dispuso a escuchar las voces de los lobos marinos que poblaban el islote, y se entremezclaban con el sonido del mar. Mis ojos se convirtieron en apenas una ranura para tratar de vislumbrar las siluetas. Despaciosamente dejaba que la vista vagara por el entorno. De pronto, sin saber porque, mi atención se fijó en una piedra. Una y otra vez los ojos volvían a ella. Hasta que… entremezclada con los sonidos del mar y el mugido de los lobos, escuché una voz.

     Sin moverme y apenas achicando un poco más la ranura de mis ojos, fijé la vista allí, en ese punto de donde provenía la voz. Ésta emanaba nítida – aunque sin una audible caracterización – de la piedra. Esa piedra de la que no podía apartar la mirada.

     La observé más con curiosidad, que asombro. Sentí una oleada de intenso placer al atisbar algo así como ¿»comunicación»? con los habitantes del tercer reino. Al menos un habitante.

     Era gris la piedra. No mayor que el tamaño de un puño, de contornos irregulares y surcada de grietas que amenazaban fracturarla y dividirla de un momento a otro. Estaba en el límite de la zona de arena. Centímetros más allá el mar amontonaba la resaca en su línea de alta marea.

     Me relajé aún más. El estridente graznido de una gaviota me indujo a pensar que estaba despierto, que no soñaba. Sonreí.

     La piedra comenzó a contar su historia. Habló de pretéritos tiempos, cuando sintió crujir, estallar y convulsionarse su materia. Cuando su – entonces – enorme masa fue expelida del interior de la tierra experimentando por primera vez una sensación de ingravidez, vértigo y libertad en el espacio infinito. Luego de ése, su primer vuelo, el choque violento contra el convulsionado planeta la hizo estallar en cientos de pedazos. Cuando los cataclismos dejaron lugar a un «enorme» silencio, otras transformaciones tuvieron lugar.

   De la exuberante vegetación, los pantanos, la niebla y el sopor exhalado por esa tierra aún tibia, pasó a la gélida presencia del hielo. Convivió – sufriendo su abrasión – con azules y gigantescas paredes de agua compacta que permanentemente se movía, crujía, labraba canales en la dura roca.

     Vio el paso de grandes animales, se mezcló entre el cieno y multitud de seres vivos en el fondo marino. Fue arrastrada, pulida, enfriada, calentada, fragmentada y transportada cientos de kilómetros en una constante y dilatada transformación. En ocasiones tembló de impaciencia y esperanza acompañando la trepidación de la tierra, ansiosa por ser – una vez más – lanzada por los aires…Pero el tiempo pasaba y discurría la soledad, rodando con el viento, por esa enorme y silente estepa.

     Algunas veces supo de la compañía ocasional de otro ser vivo. Más de una vez se cobijó, buscando su protección, algún zorro. En una ocasión hasta un gran y pinchudo coirón creció a su lado. Entre él y ella una pareja de martinetas tuvo su nido. Ayudó a proteger la vida

     Se acostumbró a recibir la caricia del viento, la ardiente pasión del sol, el frío abrigo de la nieve y la cantarina suavidad del agua. Poco a poco su apariencia fue cambiando. A veces un seco estampido la fragmentaba, dividía su cuerpo durante la noche. Otras el viento modelaba sus formas, o la paciencia del agua horadaba figuras en su superficie

     Escuchaba con placer la historia de los tiempos narrada por – ya para entonces – «mi» piedra. Ese sentimiento me produjo cierta ambigüedad ya que no debía poseerla. Pero la quería.

     Cambié de posición. Sentí el dolor del cuerpo entumecido al acomodarme. Esto me agradó. Necesitaba convencerme de que vivía ese instante a cada momento. Los movimientos en nada perturbaron el encanto especial de esa situación.

     La piedra narró entonces aquella trascendental ocasión en que tomó contacto por primera vez con un hombre. Sucedió un claro y despejado día, allá en la meseta. Ella convivía desde el último invierno con un alacrán que se cobijaba bajo su protector abrigo. Ese día un hombre la levantó – dejando desguarnecido al alacrán – y la introdujo en un morral. Más tarde, sentado en cuclillas junto a una frondosa mata de jume, esparció su contenido en el suelo. Cuidadosamente el hombre separó aquellas piedras que le servían, desechando otras. A algunas las golpeó arrancando trozos que quedaban en el suelo, como esquirlas de colores diversos. A ella la tomó entre sus manos. La dio vueltas, la acomodó de diversas maneras en la palma de la mano y – aparentemente satisfecho – la volvió a introducir en el morral.

     La piedra me confesó que al experimentar la suavidad y calidez de la mano del hombre sintió cierta… afinidad, como algo muy íntimo y esencial que los unía.

     Viajó. Viajó en compañía del hombre. Le fue útil. Se convirtió en un instrumento. Su irregular conformación se adaptaba a la mano humana. Era como una prolongación que escapaba de ésta y servía para tallar otras piedras. Los siglos la habían modelado sin alterar su primigenia dureza.

     Una tarde, aquí, en esta costa, sucedió. Los años pasados junto a ese hombre, ese aborigen conocedor de cada rincón de la estepa, llegaron a su fin. Un golpe mal dado y se quebró.

     El aborigen la miró incrédulo -rememoró la piedra-. Como si aquello no pudiera ocurrir. La piedra supo lo que vendría, por eso su sorpresa al sentir el suave contacto de esa conocida mano que la acariciaba lenta, meticulosamente. Supo que ella y el nativo habían llegado de alguna forma a quererse. A necesitarse.

     Mientras recorría la anatomía de esa piedra – que él también consideraba suya – palpando cada centímetro de su tortuosa superficie, el indio miró hacia el mar. Un dejo de melancolía se asomó a sus ojos. La miró por última vez y – como sabiendo tras tantos años de convivencia – la arrojó lejos. Lo más lejos que pudo.

     La piedra sintió el contacto de esa mano, la despedida, y el gesto del hombre en ese instante. Luego vino el impulso final y voló. Voló y entonces supo…

     Desde entonces la piedra está allí. En ese sitio. Alguna vez la compañía de algunos musgos. Uno que otro tierno pasto que crece al compás de las caprichosas lluvias, y la presencia permanente de esas alas. Esos seres que volaban libres. Desde entonces espera. Segura, tozudamente espera… Espera que…

     Abrí los ojos y los fijé aún con más intensidad en la piedra. Parpadeé y quedé sorprendido al oírme – por primera vez – implorar en voz alta:

     – ¡¿Que?! ¡¿Esperar qué?! –

     Hubo un silencio. Ni el mar, ni las gaviotas, ni la brisa susurraron su voz. Se produjo uno de esos escasos y mágicos instantes de puro, total y absoluto silencio.

     Luego la piedra habló. Habló muy quedamente. Como turbada, indecisa. Sin estar segura de aflorar sus más íntimos secretos.

     Conmovido escuché.

     La piedra esperaba – pacientemente – al tiempo. Sabía, con su milenaria sapiencia, que éste inexorablemente la iría desgastando. Ansiaba verse disgregada. Ya sentía partirse en pequeños trozos. Aguardaba que el sol y el frío la fragmentaran, convirtiéndola en cada vez más diminutas partículas. Sabía que el mar, allí cerca, la transformaría en una de los millones y millones de pequeñas piedrecitas que se mecían al influjo de las mareas. Al fin sería arena y entonces con ayuda del viento volaría hasta caer suavemente en el océano. Allí, descendiendo lentamente a las profundidades, ella sería una de las elegidas. Absorbida por un mejillón sería entonces ¡otro ser! La primera parte de su sueño estaría cumplida…

     Aquí se produjo otro silencio.

     Abrumado por la intensidad de los íntimos deseos confesados por la piedra, urgí nuevamente:

     – ¿¡La primera parte del sueño!? –

     Esa simple piedra, agrietada, a punto de desintegrarse, dueña de un pasado que contenía la memoria de los tiempos, dijo entonces con pudor:

     – Si, la primera parte… Porque como otro ser serviré de alimento a esos seres alados, y ya como parte indisoluble de ellos podré volar… ¡Volar libremente por los cielos! ¡Como aquella primera vez…!

     El sol ya casi se ponía tras la línea del horizonte. Sus últimos rayos de luz bañaban la playa. Otra vez todos los sonidos llenaban el ambiente. Sentí un profundo amor por aquella piedra. Hubiera querido llevarla conmigo, pero conocedor de su secreto sueño no lo hice. Me acuclillé a su lado, la acaricié suave, muy suavemente y me permití llamarla entonces:

   – Mi piedra».  Mi Piedra B

 

De Fotos… (Alas)

Volar… Con la mente, el deseo, la aventura… O dejándose llevar en «alas de la imaginación» por el vuelo de las aves…

Cauquenes

Cauquenes

Flamencos

Flamencos

Gaviotín Ártico

Gaviotín Ártico

Gaviota Austral

Gaviota Austral

Fraileillo atlántico

Fraileillo atlántico

Flamencos

Flamencos

Albatros de Ceja Negra

Albatros de Ceja Negra

Cóndor Andino

Cóndor Andino

Según Bird Life International el 25% de las nuevas especies de aves descubiertas se encuentra bajo la amenaza de extinción…

No imagino un mundo sin alas…

 

Relatos del Cajón… (La Vista se me puso buena…)

LA VISTA SE ME PUSO BUENA

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“…La vista se me puso buena de tanto mirar el horizonte…”- escribí un día…

Veo las luces, los colores y la palpitante vida de las criaturas silvestres que nos rodean.

Vaticino la llegada del frío o el calor al observar el paso de las prolijas bandadas de cauquenes en su derroteros al sur o al norte.

Anticipo el arribo del viento al ver las neblinosas nubes de polvo que se ciernen desde tierra adentro, o los rizos que se multiplican hasta alborotar la superficie del mar anunciando la brisa marina.

Disfruto tratando de adivinar donde quedó el horizonte cuando la mar y el cielo se unen en un monocromo gris sin fisuras.

Me regocijo con la llegada temprana de las primeras ballenas…

Por supuesto no pasa desapercibido el trajinado movimiento de los barcos.

Ni la alegre travesía de los veleros…

Si, la vista se me puso buena.

Aunque aún ansío ver lo que mis ojos buscan…

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