Fotos y Viajes…

Diseño Natural

 No importa en qué rincón de planeta, la naturaleza se esmera en sorprendernos y mostrarnos sus más delicados secretos. Cámara en mano o lápiz y block de dibujo, el ojo atento puede captar algunos de ellos. Mágicamente se transforman en invalorables tesoros.

Figuras de animales en la dura roca o la madera tallaadas por el agua y el viento... Sudáfrica, Alaska.

Figuras de animales en la dura roca o la madera talladas por el agua y el viento… Sudáfrica, Alaska.

Hongos en los bosques fueguinos, astas de caribú en el ártico, delicdas flores sobre el neneo en la puna...

Hongos en los bosques fueguinos, astas de caribú en el ártico, delicadas flores sobre el neneo en la puna…

Improntas en la roca en la patagonia, campo florido en sudáfrica, pelajes y vistosas flores en el ecuador...

Improntas en la roca en la patagonia, campo florido en sudáfrica, pelajes silvestres  y vistosas flores en el ecuador…

El oso en Chiloé, cactus en la lava, Galápagos...

El oso en Chiloé, cactus en la lava, Galápagos…

Rocas esculpidas por el hielo y coloreadas con líquenes, ártico...

Rocas esculpidas por el hielo y coloreadas con líquenes, ártico…

Colores y formas; obispo rojo en Sudáfrica, plantas en Chiloé...

Colores y formas; obispo rojo en Sudáfrica, plantas en Chiloé…

Cactus en Lauca, Chile...

Cactus en Lauca, Chile…

 Las sorpresas surgen en cada curva del camino… Atraparlas en la mente, una cámara o el espíritu son la recompensa de los viajes…

 

Botella al Mar 101

Primeros 100

Una centena de relatos, vivencias, pensamientos, imaginación y retazos del alma fueron ya volcados a través de esta “Botella al mar”.

Fotos, viajes, reflexiones, vivencias...

Fotos, viajes, reflexiones, vivencias…

Con menor o mayor trascendencia cada uno de los “mensajes” fue visto, leído, a veces comentado, elogiado o ignorado como debe ser. Pero “…En tal caso es una “botella al mar” que con suerte alguien recoja y comparta…”.

Botella al Mar continuará derivando en busca de playas donde arribar… Las aguas la llevan a destinos inciertos – momentáneamente quizás alejados de rumbos frecuentados- aguardando en breve nuevos encuentros…

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Deseo buenos vientos que refresquen la mente y el espíritu...

Deseo buenos vientos que refresquen la mente y el espíritu…

 

Relatos del Cajón… (Fragmentos II)

Encuentro…

«… El enorme Hall del Aeropuerto de Heathrow quedó de pronto en absoluto silencio. Total. Denso y palpable silencio. Se quedó petrificado el Viejo. Sus ojos se abrieron desmesuradamente…»

Heathrow lo mantenía cautivado al Viejo con su incesante trajín. El enorme aeropuerto de la capital inglesa cobijaba miles de personas en un frenético movimiento incesante. Su vista pasaba de los televisores -donde se anunciaba la partida de los vuelos hacia destinos situados en ciudades y países de exótico nombre-, a la variada multitud de gente que resumía costumbres y modas planetarias. África, India, Europa, América, China, Japón, Oceanía, Medio Oriente… Túnicas, trajes de negocios, vestimentas deportivas o abrigados atuendos, turbantes o gorras de béisbol… Rabinos o monjes budistas, familias con padres, hijos y abuelos o solitarios y taciturnos hombres de negocios, bulliciosos estudiantes y hasta estrellas de cine.

Todos se sumaban a una inacabable puesta en escena en la cual cada uno cumplía momentáneamente su papel.

Miraba fascinado desde la butaca en medio del hall cerca de la puerta número 6 en la Terminal 4 del aeropuerto. Se movió de la silla en la que estaba para tener otra perspectiva. Una familia entera de africanos –con sus atuendos típicos, coloridas batas, gorros multicolores y cabellos ensortijados; las mujeres con hermosas criaturas de blanquísimos dientes y enormes y brillantes ojos marrones- corrían arrastrando carros de equipaje, bultos varios y hasta cacharros con comida. El parloteo en su lengua nativa, aunque ininteligible para él, denotaba ansiedad. Sobre todo los gestos del que parecía el jefe del grupo o patriarca de la familia, mostraban inequívocos signos de urgencia, mientras su vista y cabeza se dirigía alternativamente de los miembros de su grupo a un enorme cartel que pendía del techo donde estaban especificados los minutos de caminata hasta cada puerta.

La más cercana estaba a cinco minutos. La más lejana a veinte. Por la urgencia del multicolor grupo se debía tratar de ésta última.

Caminó unos momentos por el amplio hall. Trataba de fijar todo lo que veía. La simultaneidad de acciones no eran sino el reflejo del pulso del mundo. Algo así como una pequeña muestra planetaria. Una moderna Babel convertida en una especie de ombligo del orbe.

Todo parecía converger allí.

Y para su sorpresa allí, es donde sucedió…

El enorme Hall del Aeropuerto de Heathrow quedó de pronto en absoluto silencio. Total. Denso y palpable silencio. Se quedó petrificado el Viejo. Sus ojos se abrieron desmesuradamente. Miraba alrededor, veía la expresión de los rostros en los viajeros. Sus bocas se movían, los gestos de algunos indicaban que se reían. Un niño lloraba. Las miles de personas que deambulaban por el enorme salón, seguían caminando o continuaban con sus actividades. Las veía en cámara lenta. Sus movimientos parecían transcurrir en velocidad retardada. Y no se escuchaba nada. Ese silencio era lo más perturbador.

Se dio vuelta. Giró en redondo. El asombro se dibujaba en el rostro. Alzó la mirada y a menos de un centenar de metros lo vio caminando en su dirección, esquivando el gentío, mirándolo y regalándole esa mágica y angelical sonrisa que siempre llevaba en su rostro.

No sabía si pasaron minutos, segundos o una eternidad. Lo veía acercarse a grandes zancadas, tranquilo, relajado. El cabello largo moviéndose al compás de sus pasos. Los ojos brillantes, limpios trasuntaban una hermosa alegría y calma. El gesto abierto en una pícara y divertida sonrisa se abría esplendorosa en sus labios.

Los brazos del Viejo cayeron a los lados del cuerpo. No miró hacia los costados. Los ojos no perdían el contacto. Todo seguía ocurriendo alrededor pero como en otra dimensión. No entendía que estaba sucediendo, pero poco le importaba. Se entregó al momento. Su mente quedó en blanco y solo se rindió al placer de lo que iba a ocurrir.

Se paró frente a él. Y sin mediar más, se fundieron en un estrecho abrazo. Sentía que –tras los párpados cerrados- los ojos se humedecían y ardían al fluir de las lágrimas. Se apretaron sin miramientos por largo rato. No quería soltarlo por temor a que ese cuerpo sólido que tanto extrañaba se desvaneciera. Tampoco quería abrir los ojos. Ni mucho menos pensar. Los sentidos lo desbordaban. Su cabeza se hundía en su cuello, sintió su piel tibia. Un perfume suave y ansiado penetraba en sus fosas nasales. Percibió como sus manos le palmeaban la espalda. Acompasados movimientos que le daban la certeza de que todo era real… Sus brazos lo estrechaban aún más fuerte.

No supo el Viejo cuanto tiempo permanecieron en ese abrazo. También desconocía si algo ocurría alrededor. La acción estaba en animación suspendida.

Respiró hondo y apelando a un coraje que no sentía, aflojó el abrazo y se separó sin soltarlo. Con temor y muy lentamente abrió los ojos. Muy despacio. Lo miró largamente. Acarició su rostro, una incipiente barba se notaba al tacto, nuevamente eso indicaba que no estaba soñando.

– No me había afeitado – dijo haciendo un mohín entre socarrón y culposo.

Su voz. La voz que tanto extrañaba y la mente se negaba a reproducir, llenó sus oídos. Sonrió entre sorprendido y feliz…

La voz dio lugar a todos las voces, todos los sonidos poblaron nuevamente la trajinada terminal aérea, y el movimiento normal de quienes la transitaban.

Lo miró incrédulo, con cierto temor en el rostro y en los ojos. Se aferró a él…

-Yo estoy – dijo.

– Voy a estar siempre

Y se volvieron a abrazar.

Lo agarró del hombro y comenzaron a caminar.

Lo miraba de costado el Viejo, un poco hacia arriba.

– Cierto que me llevaba más de una cabeza – pensó

No atinaba a hablar, las palabras se agolpaban en su mente, miles de preguntas. Pero no atinaban a vocalizarse.

Él lo miraba con su amplia sonrisa. Entendiendo.

– ¿Cómo puede ser?- dijo el Viejo al fin casi en un murmullo…

– ¿Es un buen lugar no?- le respondió con un gesto de sus ojos y alzando los hombros.

– Vine porque creo que es hora…

– ¿Hora de qué? – preguntó el Viejo prestamente.

Sonrió.

Caminaban frente a una barra con forma de rectángulo que ocupaba buen aparte de ese tramo del hall. Los carteles luminosos que pendían del techo señalaban ese lugar como un Sushi Bar. Sentado en uno de los extremos más angostos de ese rectángulo, Colin Firth, el conocido actor inglés que acompañó en muchas películas a Hugh Grant saboreaba un plato de pescado y una cerveza. Por fracciones de segundos sus ojos se encontraron. Supuso el Viejo que se sintió reconocido, y continuó con su tarea. Esa distracción lo sacudió. Miró a su lado. Vio el rostro de quien lo acompañaba, miró nuevamente a la multitud…

– ¿Curioso no? – conjeturó mientras su mano le apretaba el hombro. La leve presión le indicó que estaban allí. Que no alucinaba.

Pasó su brazo por su cintura y continuaron caminando.

– Miraba su rostro de costado el Viejo, no se cansaba de hacerlo.

– ¿Nos sentamos? – dijo al acercarse a un par de butacas inexplicablemente vacías y apartadas tras unas columnas que las mantenían escondidas.

Se puso de costado, alzó una pierna sobre la butaca, colocó su brazo sobre el hombro del Viejo y con una tenue sonrisa dibujada en sus labios le preguntó:

– ¿Estás preparado para un viaje?

– ¡Claro!- respondió con entusiasmo-, siempre lo estoy…

Sonrió y condescendiente agregó:

– Este es un viaje especial… Muy especial. Es el viaje de los viajes una verdadera aventura…»

Casi el ombligo del mundo... Una moderna Babel...

Casi el ombligo del mundo… Una moderna Babel…

 

Relatos del Cajón… (Paisajes Marinos)

El mundo en la ventana

“…Se muestra monocromo y encabritado pero en otras ocasiones es amable e invita a sumergirse en él…”

Amaneciió gris y turbulento...

Amaneció gris y turbulento…

– El “mar de mi ventana” tiene sus propios humores…- se dijo mientras sorbía el primer café mañanero.

El primer día del nuevo año se mostraba gris, con blancas olas que moteaban la irregular superficie. Un cielo renegrido preñado de abultadas nubes auguraba vendavales. De a ratos rayos de luz abrían una hendija y platinaban con un brillo luminoso la plateada superficie marina.

– Hoy este mar me recuerda las tempestuosas aguas australes- rememoró.

Su mente lo llevó de viaje a memorables travesías por el Pasaje de Drake en camino a la Antártida. Enormes marejadas con olas que rompían en la proa del barco llenaban de gozo su espíritu aventurero. Pero el color acerado, los velos blancos de las olas desprendidos por el inclemente viento y las luces que se colaban entre las nubes eran lo que estaba grabado en su memoria.

Mares australes...

Mares australes…

Una leve sonrisa en el rostro reflejaba su humor, y el café se acababa…

– Se muestra monocromo y encabritado pero en otras ocasiones es amable e invita a sumergirse en él…De un azul intenso, parece en ocasiones de “humor” caribeño-.

Los "humores" cambian con los vientos...

Los «humores» cambian con los vientos…

Sentado frente a la ventana dejó que paisajes marinos de otras latitudes vinieran a su mente. Reconstruyó algunos de ellos, no eran pocos reconoció con deleite. La “personalidad del mar de su casa” reproducía similares paisajes de otros horizontes; de acuerdo al día, o al tiempo meteorológico variaba su estado de ánimo y apariencia…

Un pensamiento lo asaltó de improviso.
Dejó la taza de café y con el ceño fruncido, como queriendo descifrar su sentido, miró hacia el horizonte y se contestó sin palabras:

– Si podría recorrer el mundo mirando el mar a través de mi ventana…
Quizás un día lo haga, pero no todavía –aseveró con convicción- hay aún tiempo para seguir explorando más allá del horizonte…

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Relatos del Cajón… (Armonía)

Armonía

«…Según los ancianos de la tribu Koyukon Athabaskan de Alaska, la sabiduría no se adquiere al cabo de subir 100 montañas 1 vez, sino de trepar 1 montaña 100 veces…»

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Hubo momentos en que esta máxima reverenciada por esa parcialidad de aborígenes norteamericanos –desconocida por él en ese entonces- casi fue una realidad.

La vida en ese apartado refugio de vida silvestre sobre la costa patagónica transcurría plácida y dinámica en su aparente monotonía. Cada día era igual, sin embargo distinto. Las luces marcadas por el variable clima imprimían los colores y hasta los estados “de ánimo” de quienes allí vivían; las estaciones, imponían sus pulsos de decadencia y resurgimiento; el comportamiento animal, diferente ante cada época, clima, o situación…

Así como las mareas escondían o descubrían sus secretos en cronométrica secuencia, cada hora y cada minuto regalaban sorpresas, descubrimientos.

Casi –pensó él en esos tiempos-, casi se animaba a decir que había descubierto la armonía. La completa y total conjunción con el ambiente y sus criaturas, la plena armonía…

Como las gotas que irrumpen la espejada y tersa superficie de un remanso creando circulares ondulaciones, ese sutil estado armónico se fue desvaneciendo. Gota a gota, lenta pero metódicamente, se iba convirtiendo en desasosiego. Nunca estalló en mil pedazos como un vidrio estrellado, pero si en profundas ondas marinas que presagiaban marejadas.

No supo precisar si era bueno o malo aquello. Solo era. Y su nomádica tradición lo llevó más allá del horizonte.

Curiosidad detrás del horizonte...

Curiosidad detrás del horizonte…

Ansioso y demandante buscó. Buscó reencontrarse con aquella vieja y reconfortante sensación. Un libro que cayó en sus manos durante esos terapéuticos viajes que lo mantenían vivo y en movimiento, le regaló aquella sabia tradición de los Koyukon:

“… el conocimiento sobreviene al cabo de subir 1 montaña 100 veces y no 100 montañas 1 vez…”

-Cuando sea viejo, cuando sea viejo nuevamente visitaré 100 veces un lugar, entonces si… – se dijo.

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Relatos del Cajón… (Entre Muelles)

Entre Muelles

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Transcurre plácida la vida entre muelles.

A un lado el trajinar de grandes naves cargadas de gigantescos contenedores y portando evocaciones de ultramar con aromas de otros puertos.

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Su tamaño contrasta con los más pequeños, aunque no menos atrevidos, navíos de pesca que vuelven entre mareas luego de su cotidiano desafío al bravío mar austral.

Al otro lado la inquieta travesía de los veleros que navegan con sus velas desplegadas y –en ocasiones los más pequeños – semejan un abigarrado grupo de mariposas libando la sal en algún charco.

Inquietos y movedizos se esconden entre la monumental estructura y sofisticada presencia de lujosos buques de placer, pavoneando su peregrinaje por remotos y exóticos puertos del planeta.

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Entre medio la naturaleza continúa cotidianamente desplegando su vital existencia. Al influjo de la marea las aves alternan la pesca o el picoteo de presas en la restinga. Vuelan en bulliciosas bandadas o planean con magistral destreza siguiendo el contorno costero. Las ballenas, los delfines y lobos marinos, los flamencos y los patos se disputan el protagonismo en cada temporada. Las cambiantes luces del día les proporcionan el escenario…

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Y al frente, al frente el mar, el horizonte, y más allá de él lo nuevo, enormidad de mar sin límites; desafío para eximios navegantes ya que el rumbo puede terminar en las espaldas, donde el sol se oculta sin volver a ver la tierra…

Ese solo pensamiento me dibuja una sonrisa,… Mientras -entre muelles- se disfrutan de antemano esos viajes “más allá del horizonte”…

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Viajes y Fotos… (Retratos III)

Se cruzan en nuestras vidas y enriquecen cada viaje… Solo el destino unirá -fortuitamente- nuestros senderos otra vez.

Gaitero en Escocia Acordeonista en África

Gaitero en Escocia
Acordeonista en África

 

El Bolson - Patagonia Khuvsgul - Mongolia

El Bolson – Patagonia
Khuvsgul – Mongolia

Londres

Londres

 

Venderor - Feria de Pijilí - Ecuador Camellero - Desierto de Gobi - Mongolia

Venderor – Feria de Pujilí – Ecuador
Camellero – Desierto de Gobi – Mongolia

 

La Trochita - Patagonia Buceando con Lobos - Patagonia

La Trochita – Patagonia
Buceando con Lobos – Patagonia

De Libros (Los Extremos…)

Tras muchos viajes a sitios remotos del planeta, fuí encontrándo imágenes que tenían similitudes aunque estaban en puntos opuestos del globo. Esas imágenes se fueron sumando y me animaron a mostrarlas. El ejercicio fotográfico es sumamente placentero y agrega condimentos a cada viaje; por fortuna no se acaba y este  primer ensayo es justamente eso… Una primera intención. Ojalá disfruten este periplo imaginario. Al hacer click en el link podrán ver el libro en su totalidad…

Viajar implica lo nuevo, distinto, desconocido, fuera de lo cotidiano.

Sin embargo –al viajar- uno no deja de sorprenderse con las similitudes que encuentra en los paisajes, las gentes, las costumbres, a lo largo del camino.

Las siguientes fotografías intentan reflejar algunas, solo algunas, de éstas imágenes que permiten que los extremos se toquen…

Carlos Passera

Los Extremos se tocan... - Arte y fotografía libro de fotografías
www.blurb.es/b/4678902-los-extremossetocan

Travel implies the new, different, and unknown, beyond the daily experience.

Nevertheless –when traveling- the similarities along the way, landscapes, people, culture, surprise you.

This photographs intent to reflex some –only some- of these images that aloud the extremes touch…

Carlos Passera

Relatos del Cajón… (Contradicciones)

 Contradicciones

La fantasía, las vivencias, la imaginación, la experiencia, lo que se desea, el presente y el pasado todo se mezcla…

Trekking

Escribo, en ocasiones, lo que deseo sentir. Así soy: armónico, manso, sabedor del valor de las pequeñas cosas.

Escribo, lo que deseo sentir.

Pero siento… ansiedad, zozobra, inquietud en el alma, voracidad por ver más allá del horizonte, detrás de lo cotidiano, lejos de lo conocido…

Intento, si me lo permito, vivir aquello que ansío.

Entonces si, con fortuna y fugazmente… Estaré escribiendo lo que siento.

El Gran Karoo . Sudáfrica

El Gran Karoo . Sudáfrica

Paine

Atardecer en Torres del Paine

De Viajes… (Pampinos)

Al dejar la Taiga en los Territorios árticos del noroeste canadiense, se impuso en mi mente la epopeya de otros hombres en un apartado sitio del mundo ubicado en las antípodas…

PAMPINOS

–        ¡Pampinos!- dije casi en voz alta.

El bus continuaba su camino por el extenso y árido desierto atacameño. Algunos pasajeros se dieron vuelta sin entender y continuaron en sus tares. Carol –por su parte- me miró y sonrió cómplice.

Me encogí de hombros y le devolví la sonrisa.

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     Hacía ya varias horas que mi mente pugnaba por recordar como eran llamados los hombres que trabajaban en los yacimientos de nitratos. En aquellos salares donde dejaron sus vidas. Y la palabra finalmente se abrió paso en mi cerebro  acometiendo sin poder evitarlo hasta hacerse audible en mi boca.

–        ¡Pampinos si! Así los llamaban.

Las ruinas de adobe que aparecían a los costados del camino eran los mudos testigos de aquellos tiempos. El terreno cuarteado, con la dura costra de tierra que la cubría, era un elocuente recordatorio del arduo trabajo que desempeñaban esos hombres.

Los pueblos fantasma, “las oficinas” –como llamaban a estos asentamientos- relataban con su elocuente presencia la historia de estos parajes.

Ignoro porque estaba tan emocionado. Hacía ya muchos días que transitaba la porción oriental del “Norte Grande” chileno. Ya mi cuerpo se había habituado al exiguo y mezquino aire que hacía que todos mis actos fueran realizados casi en cámara lenta. Donde la altura – unos 4 mil metros- no daba margen para el derroche de actividad. Donde comer y hablar al mismo tiempo se hacía dificultoso y obligaba a realizar pausas acompañadas de profundas aspiraciones en busca del escaso aire.

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     Sin embargo la visión de estos pueblos fue algo así como el detonante que removió mi espíritu, mi mente…

El paisaje, y la vida –humana y de las criaturas silvestres- en éste desierto de altura  me habían capturado desde el primer día.

Terremotos, erupciones volcánicas, glaciaciones… O la simple y cotidiana variación térmica de cada día que virtualmente congela a sus criaturas por la noche y las derrite durante el día. Cambios lentos y de escala geológica unos, y cambios diarios de amplitud extrema -regidos por las horas de luz- los otros.

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Aunque ello no fue obstáculo para que el hombre se asentara en éstos aparentemente inhóspitos parajes.

Los libros me hablaban de tiempos remotos, sin embargo la realidad de lo que veía era mucho más elocuente.

La geografía; la gente; los restos arqueológicos, los históricos… Todo me hablaba de una elección. El escenario, por más agresivo o exigente que parezca, era el lugar elegido. No un sitio de paso. No un paraje de castigo. Todo lo contrario, era y fue un sitio elegido. Una encrucijada donde convergían los caminos. Donde se fundían las culturas,  donde el hombre se afincaba y se unía al paisaje, a las criaturas que lo habitan.

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Ruinas de Tulor asiento de primitivas civilizaciones atacameñas

Quizás por eso la epopeya de Los Pampinos me parecía otro ejemplo de identificación con la geografía, la tierra, el lugar, por más adverso que pareciera.

La historia de la explotación de los salitrales, del nitrato, es muy antigua también. Los primeros que rasgaron la tierra para obtenerlo fueron los aborígenes. El caliche o mineral del nitrato de soda nativo de las provincias de Tarapacá y Antofagasta habría sido empleado como fertilizante agrícola por los nativos de esa región. Atacameños, coyas e incas fertilizaban sus tierras con el caliche pulverizado.  En el Siglo XVII los españoles conocen el salitre de Tarapacá. Entre fines de este siglo y comienzos del XVIII, los mineros de Huantajaya lo utilizan para confeccionar la pólvora negra usada en las minas.

En 1786 Felipe Hidalgo propone al gobierno colonial del Virreinato del Perú aprovechar el salitre para fabricar distintas clases de pólvora y abastecer a los mineros y comerciantes de esa provincia.  La explotación organizada o sistemática comenzó en 1810. En 1830 se realiza el primer embarque a USA y Europa. Desde entonces tuvo un acelerado crecimiento hasta 1917 año en el que alcanzó su máximo nivel con 3 millones de toneladas de extracción.

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     Los comienzos fueron rudos. Una tarea dura y agobiante, para hombres recios, curtidos y enamorados de la tierra. El Canton Salitrero se instalaba donde existían mantos de caliche, una capa dura y superficial de 1,5 centímetros a 3,6 cm de espesor donde, asociado a depósitos de yeso, sales y arena, se encuentra un contenido variable de salitre.. En ellos comenzaba a funcionar “La Oficina”, nada más y nada menos que un centro de compra. En un estrecho radio trabajaban operarios independientes que extraían el caliche y lo molían a mazazos, entregándolo en venta a las oficinas.

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El proceso de extracción era precario, se trabajaba a pico y pala. La disolución del caliche se hacía en agua a fuego. Asi comenzaron a ser «devorados» en las calderas, la preciosa madera de los tamarugos, único árbol que crecía en esos parajes.

La bonanza del nitrato alcanzó a muchas familias que basaron su fortuna en la exportación de este producto. Aunque la gran mayoría solo tuvo la “riqueza” de ganar su pan con el trabajo. Un trabajo arduo y extenuante pagado de una inusual manera. “Las fichas” eran la forma corriente de pago. No el dinero en efectivo. Las primeras fueron fabricadas alrededor de 1885, en disco de cobre o bronce marcados con en una sola cara. Tenían un tamaño de entre 15mm a 75mm de diámetro, las más grandes del mundo. Las fichas solo podían cambiarse en las «pulperias» –almacenes- de la empresa, donde el pampino se abastecí de víveres, ropa y artículos de primera necesidad.. En Chile es donde se ha dada la mayor variedad de fichas, mas de 3.000 diferentes. En 1924 se termino definitivamente su uso.

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     Esta suerte de “semiesclavitud” no alteraba la reconcentrada y taciturna vida del pampino. Ni tampoco su entrega y adaptación a la ruda vida del desierto.

Revisando bibliografía encontré un relato que pinta de cuerpo entero a estos seres que habitaban el dilatado desierto del Norte Grande Chileno:

     “…La historia se remonta a la época en que las oficinas salitreras pagaban a sus proveedores con fichas y comienza cuando aún estaba en auge la explotación del nitrato. El personaje de la historia tenía en Tocopilla una especie de Pulpería que, como muchas otras, surtía de elementos varios a las oficinas salitreras del sector. Todas las mercaderías y diferentes elementos y productos necesarios para abastecimiento y subsistencia de Tocopilla y alrededores llegaban principalmente procedentes de Antofagasta, puerto con el cual las comunicaciones vía terrestre eran bastante más que precarias, al extremo que todo el trasporte se realizaba vía marítima. Como este sistema de transporte resultaba muy lento, engorroso y no exento de riesgos, de naufragios, el dueño de la pulpería decidió abrir una nueva y permanente ruta por tierra, que permitiera la recepción de las mercaderías y demás elementos en forma más rápida y al resguardo de los riesgos propios del precario transporte marítimo existente. De este modo se preparó un viejo camión marca Saurer, con llantas macizas, focos de iluminación a carburo, freno de palanca sólo en las ruedas traseras y transmisión a cadena. Cargado el camión con agua, alimentos y combustible suficiente para un largo viaje, junto a una fragua, carbón y yunque, palas, chuzos, cuerdas y otra serie de herramientas propias de la minería un grupo de pampinos, hombres conocedores de la zona, emprendieron rumbo al sur una aventura de aproximadamente 270 áridos y solitarios kilómetros… El camino los puso a aprueba. Un obstáculo infranqueable les impedía el paso. Tras una breve reunión del grupo para analizar diversas alternativas de emergencia, entre las cuales se desechó el enviar a alguien a pie a través del desierto en busca de ayuda, se optó por lo que pareció menos insensato: desarmar por completo el camión para subir arrastrando mediante cuerdas todas sus partes y demás elementos que transportaba hasta el otro lado de la hondonada. Esta complicada y poco grata tarea era lo único factible de realizar con las escasas fuerzas y medios que se disponía, pero al menos a su favor el grupo contaba con que la mecánica de los vehículos de la época era mucho más simple que hoy en día, facilitándose de algún modo el desarme y posterior rearmado del camión. Y tal como se planeó se hizo. Se procedió a descargar y desarmar cuidadosamente parte por parte el camión, para luego con santa paciencia amarrar y arrastrar cuesta arriba con cuerdas, una a una, el motor, la caja de cambios, los ejes, el chasis, el radiador, las ruedas, la cabina, la plataforma, etc., amén de la carga, tambores de agua y combustible, la fragua, el yunque, el carbón y demás elementos transportados por los expedicionarios. Tras tan ardua e ingrata tarea de subir todo pacientemente hasta el otro borde de la hondonada, los sufridos viajeros se entregaron a la nada estimulante, lenta y precaria labor de armar nuevamente el camión para volver a ponerlo en condiciones de funcionamiento.
Comprobado que todo estaba bien y el vehículo volvía a la vida como una vulgar ave Fénix de los años 30, luego de haber estado convertido durante unos días por la fuerza de las circunstancias en solo un montón de fierros viejos, se volvió a cargar todo lo transportado por los expedicionarios y así continuaron el viaje rumbo a la blanca ciudad de Antofagasta, puerto al cual finalmente llegaron sucios de tierra y quemados por el implacable sol pampino, pero sanos y salvos…”

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Relictos de los bosques de Tamarugo, arbol con madera dura utilizados para hervir el caliche

El sol se hacía sentir implacable al caminar entre las ruinas de una antigua “Oficina”. Mientras fotografiaba las ruinas de ese caserío fantasma, agradecía poder  sentir la emoción que me embargaba al recordar los datos, las historias, la epopeya de aquellos hombres en este desierto.

–        Pampinos- me repetí quedamente.

Sus huellas –como todo en ese enorme y aparente páramo atacameño-  perdurarán por siempre.

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