Relatos del Cajón… (Año Nuevo)

Días de Ocio en la Patagonia

«…- Lo cotidiano no debe ser aburrido, es un buen deseo para el nuevo año…»

Puerto Deseado Pinguis Oleo 3 B

Escribía a veces –como ahora- sin saber dónde los pensamientos lo llevaban. Anotaba en su libreta con casi ininteligibles caracteres lo que le venía a la mente. De a ratos miraba las evoluciones de los gaviotines con cierta envidia. Volaban escudriñando, con la cabeza recubierta de negro capuchón, intensamente la superficie del agua en erráticas evoluciones. De pronto se detenían como “halconeando” en el aire tras lo cual se lanzaban en vertiginosa picada. Emergían y alzaban vuelo, la más de las veces con un pececito en su pico.

Una sonrisa se dibujó en sus labios; y escribió una pregunta en el anotador:

– No sé desde cuando disfruto viendo a las aves- se contestó a sí mismo.

Perdió la vista en el mar con gesto inquisidor, entrecerró lo ojos y frunció el ceño como si buscara algo en el fondo de su mente…

– Creo que fue aquel verano cuando caminábamos por la costa de la Bahía Inútil en Tierra del Fuego y nos envolvió una nube de alas- quedó rumiando el recuerdo, y de pronto soltó la carcajada:

– ¡No, nooo! fue mucho antes creo- se habló en silencio-.

“…Éramos pibes, estábamos subidos arriba de un eucalipto, muy alto, tirando tiros al aire con el rifle de aire comprimido de “Yuyo”. Apunté y en la mira estaba un benteveo. Disparé y la ramita donde estaba el pájaro se quebró. Se me paralizó el corazón. El ave pareció saltar… Aunque en realidad voló producto de mi mala –o buena- puntería.

Se pasó la mano por el pelo húmedo, producto de la leve bruma marina que traía el viento este, y entrecerrando los ojos murmuró:

– No he tocado un arma desde entonces, y en esas épocas subirme a los árboles para estar cerca de las aves era más que un juego.

Una pareja de ostreros emitía agudos silbos con énfasis marcando el límite de su territorio a una gaviota que se había posado demasiado cerca. La aguda voz se elevaba por sobre el rumor del mar.

Eran sonidos plenos, vivificantes.

Su mente regresó a la primera imagen que se había presentado en su memoria, cuando cientos de aves marinas habían danzado en torno a esos extraños que caminaban por la Bahía Inútil. Años después supo que así se llamaba porque los insistentes y tormentosos vientos del oeste castigaban ese accidente geográfico tornándolo inservible para el refugio y amarre de las naves de vela. Caminaron hasta el anochecer cuando llegaron a la frontera. Durmieron en sus bolsas de dormir guarecidos en las ruinosas casas abandonadas.

– También ese fue un verdadero viaje iniciático- concluyó-.

Anotaba cada tanto algún párrafo en la libreta. Las evocaciones parecían no tener hilván, y las dejaba suceder. Estaba en un estado casi de paz. Los años y las experiencias vividas se arremolinaban y cobraban vuelo como las aves que desfilaban frente a él.

Viajes, lugares, personas, imágenes se agolpaban, aparecían y se esfumaban. Traían recuerdos y hasta sabores. Escribió como ayuda memoria algunas palabras que -se dijo- le servirían luego para plasmarlas en el papel. Eso requeriría tiempo y esfuerzo, y ahora estaba plácidamente holgazaneando. La época del año y el receso momentáneo de la actividad cotidiana eran gratificantes.

Una pareja de hualas se zambulló y casi al unísono reaparecieron los dos como en sincronizado ballet. La sonrisa no abandonaba su rostro. No escribiría las evocativas páginas de “Idle Days in Patagonia” descriptas por el naturalista Guillermo Enrique Hudson, pero disfrutaba el calmo pero permanente cambio que la naturaleza ofrecía a sus sentidos en esa playa patagónica.

– Lo cotidiano no se vuelve metódico y aburrido-reflexionó- cada día es igual pero distinto.

Influenciado quizás por la fecha y el inminente arribo de un nuevo año, se propuso:

– Lo cotidiano no debe ser aburrido, es un buen deseo para el nuevo año; disfrutar los momentos, perseverar en los sueños, descubrir lo nuevo más allá del horizonte, mirar y ver, dejar la rutina…

Un pingüino apareció a pocos metros de donde estaba sentado, nadó hacia la costa y con paso bamboleante salió fuera del agua. Camino hasta ubicarse a un par de metros escasos de donde se hallaba. Estornudó expulsando gotas de sal por las narinas de su pico y se acostó a reposar en la grava húmeda. Lo miró por unos instantes y cerró los ojos para descansar haciendo caso omiso de la presencia humana.

Pensó entonces que mientras esta vital compañía estuviera a su alcance, podría sentirse a salvo de ser agobiado por la rutina y las costumbres…

– Claro que hay algunas que es conveniente mantener, porque si no dejo la llave en el lugar acostumbrado no vuelvo a encontrarla, o ceder mi sillón preferido de la casa y mucho menos dejar que alguien utilice mi taza del café mañanero…- resumió lanzando una fuerte carcajada.

El pingüino lo miró sobresaltado ignorando seguramente que una año acababa y otro estaba por comenzar.

Isla Lobos Trjeta 2015

 

Relatos del Cajón… (Ausencias)

¿Dónde…?

delfinoleo_edited B   Con incansable persistencia la pregunta se impone –hasta casi hacerse audible- en la mente.

   Vez tras vez, sin importar los años, acicateando la imaginación. Sin tregua.

   ¿Será en un lejano aeropuerto –como ensoñé alguna vez- destacándote entre miles de   personas?

   ¿Quizás bajo el agua compartiendo una boquilla de aire y riendo entre burbujas?

   ¿O esa figura que –con un salto del corazón- me pareció reconocer en aquella ciudad de exótico nombre?

   Posiblemente cierta sea esa inevitable sensación de presencia precisamente en un sitio del camino -al ir península adentro- cuando miro a la derecha y a lo lejos veo el mar imponiéndose en esa brecha de los acantilados.

   Con certeza se dibuja al perder la vista en el horizonte en “ese” punto y no otro del mar…

   ¿Habrás reiniciado la rueda?

   Muchos –demasiados- se hacen la misma pregunta aún con angustioso interrogante por aquellos que no aparecen… A mí –por el contrario- me asalta con la esperanzada certeza del reencuentro; sé cuándo te fuiste, apurando ese viaje predestinado a todos.

    Me encojo de hombros, el tiempo no se detiene, sonrío, evoco entrañables momentos protagonizados, vivo; suspiro y sigo, aunque no se acalla la insistente pregunta:

   ¿Dónde…? ¿Dónde estás, y cuando nos volvemos a abrazar?

Relatos del Cajón… (Etosha)

Un poblado “desierto”

Orix Etosha pan B

Los ojos – apenas un par de ranuras- oteaban el horizonte que se desdibujaba a la distancia engañando con acuosos espejismos. El calor seco era inclemente, aunque no agobiante como los húmedos vahos de la selva. Quemaba la piel, la resecaba como lo hacía con la arena y la sal del Parque Nacional Etosha, en Namibia, y exigía -en ese caldero- a la fauna silvestre que se adaptaba al riguroso ambiente.

Con obstinación trataba de enfocar las difusas sombras que se movían en el recalentado aire. Pese a la temprana hora la temperatura ascendía con vertiginosa rapidez. A pleno sol y con la reverberación de la salina podía alcanzar los 40 grados centígrados. Lentamente las siluetas que se acercaban iban tomando fantasmagórica forma… Era una manada de oryx –elegantes antílopes de largos y torneados cuernos- y un poco más alejados, cuatro avestruces los flanqueaban. Con paso cansino se dirigían al abrevadero para saciar su sed.

Se quitó los anteojos de sol, se restregó los ojos y los remojó con agua de la cantimplora. Hizo lo mismo con el sombrero que volvió a colocar sobre la cabeza para refrescarse. Sentado en el jeep, agradeció la sombra que le proporcionaba el techo de lona. A escasos 100 metros un Ñu –ungulado especialmente reconocido por ser uno de los protagonistas de las enormes y masivas migraciones en África- adoptaba similar conducta guareciéndose bajo la escasa aunque protectora sombre de un Mopane. Esos árboles que alcanzaban escasamente los 8 metros de altura conformaban el 80 % de la vegetación en los raleados bosquecillos.

Sombra, alivio para hombres y bestias...

Sombra, alivio para hombres y bestias…

El silencio lo rodeaba, y los secos olores a pasto, tierra y excremento animal inundaban el ambiente. Con inusitada energía una manada de impalas inició una frenética carrera y acrobáticos saltos cruzando la huella a poca distancia del vehículo. El característico gruñido o ronquido del macho de la especie, parecía acicatear a las hembras para correr en busca de un lugar seguro. Miró en dirección de donde se había iniciado la estampida y pudo ver la fugaz silueta de un leopardo deslizándose sigiloso en el alto pastizal. Al observarlo a través del teleobjetivo de la cámara comprobó que llevaba en su boca el cuerpo de una mangosta. Apenas el tiempo para una toma y ya la elusiva figura se perdió en el ralo bosquecillo.

Eterno juego entre la vida y la muerte...

Eterno juego entre la vida y la muerte…

Emotivos con la visión se dispusieron a moverse hacia otro rincón del enorme Parque Nacional. Etosha, uno de los cinco más grande Parques de África.

Los días transcurrían plenos de avistajes de fauna. En ocasiones los elefantes marchaban al paso al costado del vehículo, indiferentes a la presencia de los humanos. Se paraban a envolver con su prensil trompa las secas y escasas ramas a los costados del camino, o tomaban reconfortantes baños en las aguadas. Sus enormes huellas –distintas en cada individuo, como las huellas digitales humanas – quedaban impresas en la polvorienta senda permitiendo identificarlos.

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Aves insectívoras, el «Secretario», huellas de elefante…

Mientras aguardaba en alguna aguada, el desfile de fauna era incesante. Cebras, ñus, jirafas, impalas, hienas, movedizas gallinetas de guinea, leones, se acercaba a beber. Las luces del día imprimían distintos colores al paisaje. Las fotografías agotaban tarjetas de memoria y saturaban de imágenes su “memoria”.

La sequedad del ambiente, los ojos ardientes por el polvo que erráticos vientos elevaban del reseco suelo en torbellinos, no desvanecían el deseo de ver más y más.

Diversidad y abundancia en pleno desierto...

Diversidad y abundancia en pleno desierto. Gacelas, aves, avestruces, oryx, cebras…

Etosha, para no desentonar con la impronta de imagen de desierto que Namibia ostenta, es un vergel para las criaturas silvestres que lo habitan. La temporada de lluvia puede iniciarse en octubre y se extiende hasta abril o mayo. Los cielos se cargan de negras nubes y pueden caer en torrenciales andanadas que llegan a los 400 milímetros anuales. Sin embargo poco dura el agua que cubre la dilatada superficie de la salina. El sol la evapora dejando algunos ojos de agua que sacian la sed de las criaturas silvestres durante el resto del año.

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Oryx, jirafas, Dik.Dik, impalas macho y hembra…

Leones en un abrevadro, jirafas en la inmensidad...

Leones en un abrevadero, jirafas en la inmensidad…

Volvía hacia el lugar de alojamiento. Las últimas luces del sol mostraban a la distancia la difusa silueta del antiguo fortín – hoy reciclado en cómodo hospedaje- que se distorsionaba en oleadas producto del calor desprendido de la tierra. No pudo sujetar la imaginación que lo llevaba a recrear en su mente la historia de esa pequeña fortaleza de blanca encaladura. En 1904 el aislado fortín fronterizo custodiado por apenas siete soldados alemanes, fue asediado y destruido tras un sitio de 24 horas por parte de 500 guerreros Owambo.

El sol imponía  su incandesente brillo buscando esconderse en tras el horizonte; una fina capa de humo -proveniente de incendios de pastizales- inundaba el ambiente tiñéndolo de rosáceos tonos sin poder opacarlo. En la distancia, poderoso, grave, gutural, el rugido de un león macho se imponía por sobre el silencio del desierto con entrecortada cadencia…

Con una agradecida sonrisa y escuchando las vitales voces de las criaturas salvajes, se acurrucó en el lecho junto a su compañera dispuesto a “soñar” con las aventuras por venir… El “poblado desierto” de Etosha auguraba aún develar más secretos.

La puesta de sol no marca el fin de la aventura...

La puesta de sol no marca el fin de la aventura…

De Viajes… (Atacama)

La huella del desierto…

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No puedo ocultar mi predilección por los desiertos… El llamado Norte Grande de Chile tiene el gran desierto de Atacama. En el relato “Pampinos” describí brevemente su aspecto:

“… El paisaje, y la vida –humana y de las criaturas silvestres- en éste desierto de altura me habían capturado desde el primer día.

     Terremotos, erupciones volcánicas, glaciaciones… O la simple y cotidiana variación térmica de cada día que virtualmente congela a sus criaturas por la noche y las derrite durante el día. Cambios lentos y de escala geológica unos, y cambios diarios de amplitud extrema -regidos por las horas de luz- los otros.

Aunque ello no fue obstáculo para que el hombre se asentara en éstos aparentemente inhóspitos parajes.

   Los libros me hablaban de tiempos remotos, sin embargo la realidad de lo que veía era mucho más elocuente.

     La geografía; la gente; los restos arqueológicos, los históricos… Todo me hablaba de una elección. El escenario, por más agresivo o exigente que parezca, era el lugar elegido. No un sitio de paso. No un paraje de castigo. Todo lo contrario, era y fue un sitio elegido. Una encrucijada donde convergían los caminos. Donde se fundían las culturas, donde el hombre se afincaba y se unía al paisaje, a las criaturas que lo habitan…”

Tras varios viajes a esos dilatados dominios nunca me canso de su hechizo. La sobriedad de líneas, los colores, sus silencios, los cielos, la adaptación de sus criaturas, la vastedad, el pasado… Parte del Noroeste argentino el sur de Bolivia y del Perú tienen la particularidad de emocionarme. Como el mar…

Lo disfruto. Imprimen huellas indelebles en mi espíritu…

Las siguientes fotos apenas muestran su grandiosidad.

Volcán Licancabur, Geysers del Tatio, Lagunas de Xaixa, Desierto de la sal...

Volcán Licancabur, Geysers del Tatio, Reserva Nacional de los Flamencos, Laguna de Chaixa, Desierto de la Sal…

 

Aldea de Tulor, vestigios de sus primitivos habitantes...

Aldea de Tulor, vestigios de sus primitivos habitantes…

Geysers y criaturas silvestres adaptadas al inclemente ambiente: suris (ñandú), gansos de la puna, gallaretas...

Geysers y criaturas silvestres adaptadas al inclemente ambiente: suris (ñandú), gansos de la puna, gallaretas…

Flamencos en los parque nacionales...

Reserva Nacional de los Flamencos, laguna de Chaixa…

Antiguamente los bosques de poblaban el desierto, su uso cmo leñña en los salitrales los diezmó...

Antiguamente los bosques de tamarugo (árbol de dura madera) poblaban el desierto, su uso como leña en los salitrales los diezmó…

La perdiz de la puna y las avocetas andinas habitan diferentes entornos del mismo desierto...

La perdiz de la puna y las avocetas andinas habitan diferentes entornos del mismo desierto…

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Vicuñas, gráciles camélidos de la puna…

 

 

De Viajes… (Península Valdés)

Un día “a campo”

«… La estepa -por su parte- es un poco más esquiva. Se devela despacio, guardando sus secretos solo parta quien posee curiosidad y paciencia. Es como un cielo estrellado, al principio se ven pocas estrellas, aunque a medida que fijamos la vista en él, miríadas se estrellas se ofrecen a los ojos…»

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Poco hace falta para recargar el espíritu. Poco, y pocas veces hacemos uso de ello.

No hacen falta grandes viajes, en general -si se sabe ver- pueden estar muy cerca. No importa donde uno viva, siempre hay un pedacito de esa naturaleza “insolente” que perdura aún en medio de la ciudad.

Reconozco ser muy afortunado por haber elegido -hace mucho ya- un lugar “de privilegio” para vivir. Es casi “el patio de juegos” y frecuentarlo un verdadero bálsamo… Cuando logro abstraerme de algunas conductas de quienes lo visitan.

Desde hace años recorro esos caminos, en ocasiones mostrándoselo a viajeros ávidos de encontrarse con la vital naturaleza, y otras únicamente para el íntimo disfrute.

Ambas formas – a su manera- son gratificantes.

Del mar y sus costas todo lo que se pueda decir es –cuando menos- insuficiente. Paisajes, mareas, criaturas que lo habitan, o que lo sobrevuelan, luces y colores satisfacen todos los sentidos. Los cinco y alguno más…

La estepa -por su parte- es un poco más esquiva. Se devela despacio, guardando sus secretos solo para quien posee curiosidad y paciencia. Es como un cielo estrellado, al principio se ven pocas estrellas, aunque a medida que fijamos la vista en él, miríadas de ellas se ofrecen a los ojos…

Recorrer el interior de la Península Valdés requiere paciencia y olvidar el sumar kilómetros raudamente en busca de “el siguiente destino”. Quien escudriñe ese vasto y aparentemente monótono paisaje descubrirá muchos escondidos secretos…

Algunas fotos muestran parte de ese mundo solo accesible a quienes saben mirar.

La vida, el pasado, las formas, los colores...

La vida, el pasado, las formas, los colores; cangrejo fosilizado, martineta, salina, flores…

Sobre la ruta o al costado del camino, se maniofiesta la vida...

Sobre la ruta o al costado del camino, se manifiesta la vida, el paisaje…

Quienes –por desidia, insensibilidad, o simple apuro- privilegian el acelerador solo ven tierra frente a sus ojos… Y provocan muy a menudo la muerte de criaturas silvestres o la suya propia…

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Relatos del Cajón… (El pingüino blanco)

El Fantasma (*)

«…Pasaron varios días, y comencé a pensar que «el fantasma» en realidad no había existido, cuando volví a verlo fugazmente…»

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     «Cuando me encontré frente a él, imprevistamente, quedé estático. Ambos nos miramos: el ave con curiosidad; yo con una mezcla de asombro y fascinación. Sabía que tenía que encontrar alguno en el constante deambular por la pingüinera. Había visto fotos… Pero esto era irreal.

     Vi al pingüino blanco cuando casi estaba sobre su nido. Su albo plumaje reflejaba las últimas y doradas luces del sol. No había vestigios de otro color que no fuera el blanco en el inmaculado plumaje. Únicamente tres puntitos negros – detrás de cada ojo – le conferían cierta exquisitez a la cabeza. El pico era amarillento, las patas blanco rosado y las aletas lucían un suave color grisáceo. El conjunto era sencillamente hermoso.

Blanco pero no albino...

Blanco pero no albino…

     Pocos segundos duró el fugaz encuentro. Luego de mostrarse cuan bello era, el pingüino blanco se deslizó muy despacio dentro de la cueva. Me maldije por no tener la cámara fotográfica conmigo – un error imperdonable para un cazador de imágenes -. Pero igualmente el encuentro había sido mágico. Disfrutaba con el hecho de haberlo vivido. Quedé algunos minutos parado y – rodeado por cientos de pingüinos que miraban con persistente curiosidad – pensando en esa imagen fantasmal que se había presentado ante mis ojos…

     Marqué el nido con cuidado. Ya tendría oportunidad de fotografiarlo.

     Pasaron varios días, y comencé a pensar que «el fantasma» en realidad no había existido, cuando volví a verlo fugazmente. Pero al igual que una esquiva estrella del espectáculo, apenas me veía, el ave se guarecía en la cueva. Muchas horas de espera pasé aguardando para lograr una toma. Pero los resultados no eran satisfactorios. Una mañana el pingüino no estaba. La colonia comenzaba a quedar vacía, y «el fantasma» ya se había ido.

Variaciones de plumaje entre los pingüinos de la colonia...

Variaciones de plumaje entre los pingüinos de la colonia…

     Todo un año pasó hasta que se produjo el reencuentro. Lo había buscado desde el comienzo de la temporada, pero sin resultados. Temía – en las diarias recorridas – encontrar su cuerpo en la playa con las mortales manchas de petróleo en su níveo plumaje. Cada vez más era los pingüinos que sufrían la agónica «muerte negra»…

     Fue Carol quien lo vio esta vez. Allí estaba, altivo, orgulloso. Destacando su blancura entre sus congéneres vestidos de «frac». Permitió que la mujer, y luego yo, nos acercáramos. No tenía miedo. Se mostró seguro y confiado. Los encuentros se repitieron casi a diario. Y un día se fue, obedeciendo a su instinto.

     Ahora – Carol y yo- lo esperamos. Sabemos que vendrá. Mientras «el Fantasma» regrese habrá esperanza. Se nos antoja que es como el alma de la pingüinera».

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(*) Publicado en «Dinosaurios: Relatos y Sueños de un Guardafauna» de Carlos A. Passera

De Viajes… (Namibia)

Arenas de Namibia

«…Los amantes del desierto encontramos un paraíso para dar rienda suelta a la imaginación y saturar los sentidos. Algunas fotos reflejan el esplendor de ese país africano…»

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Ubicada en el sudoeste de África, al norte de Sudáfrica y al sur de Angola, Namibia se caracteriza por su clima seco, su costa bravía y las enormes dunas de su litoral marítimo.

Dos enormes Parques Nacionales protegen las milenarias arenas y sus habitantes. Al sur el Parque Namib Naukluft (mencionado como el más grande de África) y al norte el Parque Skeleton Coast (de la Costa Esqueleto).

Gigantescas dunas que van desde las bermejas arenas de Sossusvlei, pasando por las no menos impresionantes de Swakopmund, hasta la angosta franja de la Costa Esqueleto, conocida especialmente por los restos de naufragios que blanquean sus estructuras en el inclemente sol y clima de sus playas.

Gacelas, orix, cañadones e inmensas dunas se adueñan del paisaje en Sossusvlei...

Gacelas, orix, cañadones e inmensas dunas se adueñan del paisaje en Sossusvlei…

En esta escenografía colosal viven especies de la fauna silvestre que se adaptaron a las inclementes condiciones impuestas por la geografía y el clima.

No faltan tampoco las nutridas colonias de mamíferos marinos como los lobos de un pelo, que sacian su apetito en las ricas aguas del Océano Atlántico, y dan a luz a sus crías en las desoladas costas.

El desierto domina, pero bestias y humanos hacen de él un lugar para vivir...

El desierto domina, pero bestias y humanos hacen de él un lugar para vivir…

Elefantes del Desierto en la región de Brandenberg con rojizas cumbres de roca que se elevan a 2.573 metros, deambulan en manadas siguiendo el serpenteante lecho de ríos secos. Claro que bajo ellos, la “memoria” instintiva de estos paquidermos encuentra olisqueando con su trompa y cavando con sus enormes patas el vital suministro de agua. Orix, leones, antílopes, gacelas y una variada y casi “secreta” vida que virtualmente vive enterrada en la arena.

Sossusvlei, en el Desierto de Namib central está dentro del Parque nacional de Namib-Naukluft. La enormes dunas de color bermejo se elevan hacia los azules cielos. Grupos de orix con sus torneados y altas cornamentas y gráciles gacelas deambulan en el paisaje, contrastando sus siluetas contra las anaranjadas arenas o en las negras laderas no expuestas al sol. Trepar sus empinadas y movedizas paredes en busca de la cima premia con la visión de panorámicas casi aéreas. Entre los valles formados por las movedizas montañas de arena, quedan los restos de antiguas aguadas desnudando cuarteados suelos y enhiestos troncos secos. El paisaje cambia al compás de los vientos.

Hoy una laguna, mañana la sequía... El paisaje es dinámico.

Hoy una laguna, mañana la sequía… El paisaje es dinámico.

Más al norte, en el extremo del parque, la pintoresca ciudad de Swakopmund es el acceso a las blanquecinas dunas de arena y sus laberínticos desiertos de piedra. Ellos pueden transformarse en desopilantes “patios de juego” para los amantes de la adrenalina que se lanza desde sus empinadas laderas en tablas, barriles, neumáticos o rodando con sus cuerpos en alocado vértigo. Y hasta para locación de escenarios para películas de ciencia ficción como Mad Max III.

Aunque sin duda para un naturalista son los esquivos y escondidos habitantes del desierto y su vegetación prehistórica los que atraen la atención.

Esquivas, las criaturas del desierto se muestran solo a los ojos avezados...

Esquivas, las criaturas del desierto se muestran solo a los ojos avezados…

Geckos, arañas, camaleones y víboras se esconden o mimetizan en la arena. Hallarlos es un desafío para los ojos expertos.

Maestras del escondite...

Maestras del escondite…

El vocinglero ladrido de los lobos marinos de un pelo delata su presencia, a la par que el hedor del apostadero. Gráciles cuerpos se adormecen al sol, se enfrascan en peleas territoriales o nadan en el impetuoso mar en busca de alimento. La Costa Esqueleto se extiende hasta la frontera con Angola. Sus playas están plagadas de restos de naufragios que el inclemente mar se cobró. La portentosa corriente de Benguela no perdona los errores.

Vida y muerte en la Costa Esqueleto...

Vida y muerte en la Costa Esqueleto…

Los amantes del desierto encontramos un paraíso para dar rienda suelta a la imaginación y saturar los sentidos. Algunas fotos reflejan el esplendor de ese país africano.

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